Desde entonces comenzó Jesús a predicar: «Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca».
-Mateo 4:17
¿Por qué empezó Jesús su ministerio con esta frase? Este eslogan, que compartió con su primo precursor, Juan el Bautista, parece un lugar extraño para empezar a contar las buenas nuevas. ¿Por qué no empezó con Juan 3:16, «Porque de tal manera amó Dios al mundo»? ¿O Mateo 11:28, « Vengan a mí todos ustedes que están cansados»? O Juan 4:14, «pero el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna.»? Cada una de ellas resulta mucho más atractiva y seductora que «¡Arrepiéntete!».
Sospecho que muchos de nosotros tenemos una reacción emocional ante esta palabra. Nos provoca sentimientos de culpa y miedo. O nos recuerda a personas que llevan señales del juicio que se avecina. Hace poco, en Somersworth (Nuevo Hampshire), un policía encubierto se plantó en un cruce con letrero que decía “¡Arrepiéntete!” para detectar a los conductores que utilizaban el móvil y les puso una multa de 100 dólares (más tasas). Las 96 personas multadas están ahora realmente arrepentidas.
Este es un concepto muy común del arrepentimiento. Se trata de ser atrapado. Ser pesado en la balanza y hallado deficiente. Convertirse o quemarse. Produce una profunda vergüenza. Cuando nos descubren, nos sentimos terrible por lo que hemos hecho. Y vaya si hemos hecho cosas que ofenden a Dios. Lamentamos haberlo hecho. Prometemos no volver a hacerlo. Para muchos, el arrepentimiento acaba centrándose en las propias acciones malas.
Este no es exactamente el centro del mensaje de Jesús. La llamada de Jesús al arrepentimiento es la canción de la reconciliación. A través de Jesús, el Dios del que nos alegrábamos de alejarnos en el Huerto nos ofrece una relación plenamente restaurada. La reconciliación significa que la guerra que creíamos tener con Dios ha terminado y que, por su propio poder, hemos renunciado a nuestras armas para vernos envueltos en su abrazo. El Evangelio nos dice que Dios nos invita a ser incluidos de nuevo en su familia. Nos dice que nos ha declarado libres de todas las penas porque Jesús las cargó todas sobre sí mismo en la cruz. Este aspecto del evangelio confronta nuestra rebelión en su raíz. Nos rebelamos para poder manejar nuestras propias vidas. Creíamos que nuestro conocimiento del bien y del mal era lo suficientemente profundo como para tomar las decisiones correctas por nosotros mismos. Estábamos muy equivocados.
Por eso Jesús empieza con el arrepentimiento. Si alguna vez has estudiado la palabra «arrepentirse», sabrás que significa «cambiar de opinión». ¿Pero cambiar de opinión sobre qué? ¿Sobre el pecado? ¿Sobre lo que hice mal? Definir el arrepentimiento en esos terminos nos aleja del punto de Jesus. Puesto que «el reino de Dios» se refiere al derecho de Dios a reinar sobre todo lo que ha creado, el verdadero arrepentimiento consiste en cambiar de opinión sobre quién está al mando. Arrepentirse es decir: «Dios reina», ¡y decirlo en serio!
El arrepentimiento es real cuando renuncio a mi falsa idea de que tengo el derecho de reinar sobre mí mismo y en su lugar reconozco que mi Creador tiene el derecho de reinar sobre mí y sobre todas mis decisiones. El arrepentimiento viene de la tristeza piadosa por creer que yo podía dirigir mi vida aparte de Él, incluso si lo estaba ‘haciendo bien’, como tantos han pensado antes que yo.
Por eso, abrazar la buena nueva de Jesús y entrar en una nuevo pacto con Dios requiere un espíritu quebrantado y un corazón contrito. Abre de par en par la puerta al camino de la transformación. Y eso es una buena noticia.